Para Liliana y María Luisa
Por Única Lila
Me quedé a mitad del pasillo con el auricular en la mano, sintiendo como si de golpe me sumergieran en el líquido de la cámara criogénica que usamos para llegar a Alfa Centauri. Me sentía rodeada de una sustancia que me mantenía en un constante sueño pesado y denso del cual no podía despertar del todo, mientras a mi alrededor, figuras iban y venían hablando de cómo Luna, mi hija, había desaparecido. Yo sólo podía estar allí sin poder hacer, sin poder moverme, sin poder vivir, porque no me entraba en el cuerpo que mi niña ya no estuviera.
En mi infancia, cuando en algún truco de magia el conejo desaparecía en el sombrero, me imaginaba que se iba a un mundo alterno que era una réplica del mundo real, donde el conejo tenía todo lo que necesitaba para estar vivo: comida, una casa bonita y esponjosa, amistades. Cuando Luna desapareció, me imaginé un desierto blanco, tan blanco y tan basto que le quemaba los pies al caminar. El resplandor no le dejaba ver hacia dónde iba, no podía ver la salida o algún punto al cuál dirigirse, ni hallar descanso para sus ojos, aun si los cerrara; mientras yo la llamaba desde mi oscuridad, desde el fondo de ese abismo acuoso y confuso en el que estaba.
Nos habíamos ido a Centauri, porque pensamos que aquí habría una mejor vida, lejos de la inseguridad y el miedo que se vivían en la Tierra. Creímos que aquí podríamos tener una familia, criar a nuestra hija sin temor a que saliera a la calle, sin tener que esperarla en la puerta si iba tan sólo a la esquina. Eva y yo ahorramos cada centavo, cada peso, desde que nos casamos para estar aquí. Cuando me dieron el trabajo en la farmacéutica y me ofrecieron venir a Alfa Centauri como una forma de ascenso, no lo dudamos: allí estaba la esperanza, allí tendríamos a Luna. En cuanto tuvimos fecha de despegue, llenamos el formulario y pagamos la cuota para que se nos permitiera tener una hija con su óvulo y mi vientre; pudimos costear todas las modificaciones genéticas para que Luna se adaptara mejor al nuevo mundo. Aun así, quisimos que naciera en la Tierra, para que todas supiéramos que ese había sido nuestro hogar y que había mucha gente amada que dejábamos atrás. ¡Cuán duro fue dejar a nuestras familias, a nuestras amistades!, a pesar de que nos animaron a buscar el planeta prometido.
Recuerdo el temor que tuvimos al poner a Luna en la cámara en la que dormiría para viajar miles de años luz. Eva quería que viniera en la misma con alguna de nosotras, pero nos dijeron que en caso de inconvenientes era más fácil rescatar a una sola que a las dos. Lentamente vimos cómo sumergían su cuerpecito en el líquido rosado y ella pataleó un par de veces antes de caer dormida. Tuve tanto miedo de perderla que Eva me abrazó con toda la fuerza de su cuerpo para evitar que la sacara de allí. Me dieron un relajante para que me metiera en mi cámara. Lo último que sentí fue la mano de Eva que me sostenía mientras escuchaba al encargado jurarme que todo estaría bien, que nada malo pasaría, mientras mi cerebro se iba dejando llevar hacia el sueño. Parece que estoy viviendo ese mismo momento: escuchando a lo lejos, sumergida en una alberca de lágrimas y dolor, cómo los policías dicen que todo estará bien, que Luna aparecerá.
Conforme los días trascurrían, seguí hundida en el estupor, confundiendo la realidad: ¿En verdad Luna ya no está o sigo en mi cámara criogénica teniendo una larguísima pesadilla de la que después de todo despertaré para tenerla de nuevo conmigo? ¿Es esa niña de 15 años a la que solo le interesaba entrenar, ser una gran futbolista y salir en televisión para que lo que quedara de nuestra familia en la Tierra supiera que estábamos bien o es esa joven capaz de huir con un novio desconocido, como dice la policía? ¿Luna es la primera desaparición de una persona en Centauri o había cientos, como decían otras familias que me escribían cartas y que me sugerían no dejar de buscarla, porque las habían amenazado con regresarlas a la Tierra si no desistían? Yo no sabía qué era la realidad, me había acostumbrado a estar en ese estado, a trabajar así, a hacer la compra así y los únicos momentos que sentía verdaderos era cuando Eva me abrazaba, porque podía llorar, porque podíamos llorar, porque ella me contaba lo que sí era verdad, lo que estaba haciendo con nuestros propios medios para buscarla. El resto del día era un autómata, un robot que no podía tener a una hija perdida porque de lo contrario se arrancaría el corazón y lo pondría en la entrada de la torre central para que toda la gente lo viera, para que toda la gente buscara a Luna.
No tenía pensado que pasaría lo que pasó, aunque al final eso me llevó hasta ti. Mi equipo y yo descubrimos una nueva forma de asimilar las proteínas provenientes de las plantas nativas, no sólo les quitaba lo tóxico, sino que las volvía deliciosas, y el canal de mayor difusión en Centauri me haría una entrevista. Allí estaba yo en el estudio, en mi modo autómata, no tenía pensado hablar de ti, había memorizado las fichas que me dieron del trabajo, pero momentos antes de entrar al aire Eva me mandó un mensaje: no olvides decir que buscamos a Luna. Cuando la presentadora me hizo la primera pregunta la respondí viendo aún el mensaje de Eva, después empecé a hablar de ti, de cómo no llegaste al entrenamiento y de cómo tus amigas empezaron a buscarte, de cómo no había un registro de salida de tu chip de identificación y por eso la decana llamó a los cuerpos de emergencia pensando que se trataría de algún accidente. Les dije que prefirieron no hablarnos para evitarnos el susto y fue hasta que revisaron cada cámara, cada rincón de la escuela, que determinaron tu desaparición. Les dije de cuando la policía me llamó a la casa y de cómo me había casi desmayado, de cada una de las cosas que te gustan y de tus planes de ser famosa para que nuestra familia terrestre te conociera. No pararon la trasmisión, porque mi llanto y manera de hablar engancharon a la audiencia, se había vuelto un reality show y yo no me había dado cuenta de que estaban pasando de forma simultánea todas las fotos que tenías en tu bitácora personal. Aún me pregunto cómo accedieron a ellas.
Después del programa, pensé que me correrían del trabajo, que me mandarían de vuelta a la Tierra, pero me transformé en un tipo de celebridad y mi rostro, tu historia, llenaron todos los canales, todos los programas de noticias. Aproveché cada instante para hablar de ti, pero también de quienes me habían escrito cartas, de las personas a quienes buscaban, hasta que llegó ese mensaje… Era algo simple: Luna habita las calderas geotérmicas. Nada más. Lo enviamos a la policía, por la relevancia que había tomado tu caso investigaron, por fin, con seriedad. Hallaron varios sitios donde había calderas geotérmicas, empezaron por los que estaban más cerca de tu escuela y así fueron descartando uno por uno. En la televisión se especulaba sobre si te habían llevado a trabajar a las calderas como esclava. Se volvió a hablar del supuesto novio: que si lo habías seguido hasta allí. Nosotras sólo orábamos para volver a verte.
Ahora estás aquí, te sostengo entre mis manos como la primera vez que lo hice: tratando de ser lo más delicada que puedo para que no te dañes, para preservarte. Te encontramos, el chip de identificación no falla, eres tú, son tus manos, es tu cabecita y yo te beso, beso estos huesos, este polvo en que te convirtieron. Por fin siento que salgo de ese líquido rosado, del letargo, por fin siento que esto es real, eres tú. Por fin dejo de estar dormida y miro mi futuro: serás la última a la que le pase esto, serás la última Luna de Centauri.

Samantha Páez Guzmán es periodista independiente, escritora y activista. Con «El río sagrado» ganó el primer lugar en el concurso literario de Sangre Vida, savia de la humanidad, en Argentina. “Yo soy Tláloc” y “Después de la lluvia” aparecen en la compilación Puebla en 100 Palabras 2014. Con el cuento “El extraño personaje llamado Bruno Sáez”, ganó el tercer lugar del premio José María Mendiola 2016. “La Trapecista” fue elegido para la antología de minificción Vamos al circo y “Fórmula del odio” forma parte de la antología de minificción Cortocircuito, ambas de Fomento Editorial BUAP y publicadas en 2017. El cuento “Cómo llegar al Nirvana en el siglo XXX” quedó como finalista en el primer concurso de Cuento breve de rock Parménides García Saldaña, organizado por Ediciones Ají y Foro cultural Karuzo, en 2018. El cuento “Todo parece estar en calma” fue seleccionado para la antología Una guerrera llamada flor. Recuerdos, poemas y cuentos, de la Editorial Impruuv Feministas, en 2020. Y el cuento “La última Luna de Centauri” obtuvo una mención honorífica en el primer concurso de Imaginarias, Premio Nacional para Mujeres Cuentistas de Ciencia Ficción 2022.