Cuéntame del tiempo y la memoria
res ba
lan
do
por sus
amplios bordes
cuéntame de aquella noche larga
donde se agitaron mis
reflejos
filtrados por mi cuerpo
y cuéntame,
de cuando mis ojos se desvanecieron
entre la orilla de la tierra… 26, nov. 2018
Un lugar en el espacio
Ninguna luz inmersa en la oscuridad termina de nacer, mucho menos de morir. La trayectoria que cruzó la primera forma celeste demoró más de lo esperado, antes de nacer en piel, ella fue sobre todo gas y vapor, apenas el suspiro de reacciones que a falta de oxígeno iba reconociéndose eléctrica, parpadeante. Por sí sola tambaleaba de manera inestable debido a los brotes de hidrógeno y calor consumiendo lo anterior. Su encuentro con otros seres, algunos más rocosos que otros, y el fulgor parpadeante que dejaban los astros cercanos hicieron a esta figura mucho más ágil.
A cada año luz el destino era advertido pero el oleaje espacial era completamente salvaje. Durante el cruce de galaxias, la forma luminosa adquirió consistencia y una nueva cadencia, esquivaba cada grupo de asteroides arrastrados, y por cada curvatura asimilada o por cada luna ladeada, ella percibía una oportunidad para nacer nuevamente. Ella se hizo un lugar en el espacio, tornaba sus propiedades en formas nubosas, cuyas alteraciones eran inocuas para los otros agentes, hasta que se hizo compacta.
Algo se acomodó para el próximo destino, un rastro explícito de una masa diminuta perfilándose corpórea en dirección a una de las zonas desconocidas que viraban lejos del centro. La figura se dirigió hacia aquellos conglomerados estelares y frente a esta se iba esclareciendo un astro en especial, cuya troposfera resultaba ser de las más antiguas hasta ahora, Paqari, sitio tan sólo vislumbrado como una esfera más sobre la órbita galáctica.
Cuando la forma celeste se adentró sobre los bordes de Paqari, el silencio se contuvo y un eco desbordante comenzó a cruzar las capas continuas, el ruido turbio y ligero con el que aquella se extendía sobre la superficie rugosa y blanda hizo anuncio de la Era luminar, de cuando las figuras solares se hicieron piel en toda su extensión.
Presagio nuestro
Pasé 20 nocturnas en hibernación hasta que mi pecho palpitó.
Tum, tum-tum
Después de mí vinieron otras y nos supimos encontradas. Estábamos adoloridas por el cambio en nuestra composición, éramos amplias, anchas de todos lados, en todos los extremos. Nos sentíamos de una manera casi familiar a pesar de que no era clara nuestra procedencia.
Fuimos recibidas por cuerpas luminosas similares a mis ojos, de tamaño diminuto y con una presencia en la mirada que era extraordinaria, que daba cobijo. Las Ellas, Sumailla, Urma y Yacu, hicieron que naciéramos seguras, atravesadas por un fulgor de sueños heredados.
No quisimos, ni buscamos dar cuenta de quién fue la primera arrivante, pero fue un regocijo ser contenida entre tantas, plegada por las manos de otras, astras diminutas que resguardaban algo nombrado piel. Las Ellas tomaron telas vegetales para desenvolvernos de aquellos capullos fibrosos que después fueron nuestro alimento. Nuestras anfitrionas presenciaron el acto de apertura en nuestros todavía luminosos párpados, y así fue la primera vez que tuve conciencia de mi origen.
Procúrense, nos dijeron ellas, no se lastimen, si se mueven demasiado aún podrían dispersar sus articulaciones.
Fuimos cuidadas, las diminutas nos dieron aliento y compartieron sus primeros lenguajes, nuestra vista fue reparada, y de esta manera asimilamos que teníamos una cuerpa de piel extensa, con múltiples órganos y sentidos internos. Tanta oscuridad y por fin habitábamos un cuerpo con el que nuestras antecesoras fundaron el que había sido planeta.
Primero, fueron los músculos, luego las vísceras y después nuestras arrugas. La voz vocal reaparecía sólo en actos necesarios, otras veces ocupábamos la lengua palpitante, y otras, la lengua olfativa, y otras la lengua táctil. Lleva tiempo emitir palabras, pero todas las pronunciadas nos eran bien entendidas, como si la lengua hubiera habitado antes y en algo nombrado “memoria” nosotras nos fuéramos reconociendo. Sonidos punzantes, uno tras otro digerido por la boca.
Nuestros nombres llegaron gracias a esa memoria vital:
mi nombre es Muyal
pronuncié mientras resbalaban copos inmensos dispersados por el viento en la primera nocturna.
—¿te sientes?— me hablaron las otras.
—sí, toda mi cuerpa, toda mi memoria, aquí me siento— y señalaba en mí un suave palpitar manifestándose de forma traviesa debajo de mi sistema digestivo.
Así me nombré frente a las demás, y con un suave aroma fui abrazada plenamente.
Durante mi estancia en Paqari, pudimos aprender a sentir lo que se siente crecer, a identificar cuando una sola puede ser muchas y en distintos momentos a la vez. Las Ellas nos enseñaron a comprender que crecer se trataba de convertirse, de sentirse próxima a su reflejo, aunque durante mucho tiempo hubiese sido solo sombra. La primera vez que me miré fue estando de melena. Me supe primero en los pies, luego descifré el inicio del vínculo conmigo: los lunares, las orillas, los pliegues de alguien que ya había vivido considerablemente antes. Eso no podía ser de una sola vida.
Ir creciendo también fue querer alcanzar las líneas más lejanas de mi espalda, unas líneas sin certeza —¿Siempre estuvieron ahí?— me sentía decir —Una nunca olvida su cuerpo— decían Las Ellas —…hay muchas marcas que ya no están, o que aún no han podido ser encontradas, pero llegado el momento las entenderás—.
Con cada nocturna, nos fui recordando. Recuperaba mis conocimientos sobre las propiedades de la luz, la sanación de las heridas y el abrazo de su procedencia. Remembrábamos y amarrábamos cada sensación, hasta que pude reconocer y lamerme cada sitio que no había cambiado, cada ausencia, cada súbita ansia por volver a ser aquello que aún no recordaba. Nuestra vejez era buena, se sentía tibia todo el tiempo.
Cuando nuestras arrugas empezaron a tornarse delgadas y lisas, Urma nos llevó otro tipo de alimento, algo hecho en “hervor” y con “raíz”. Cuando lo ingerimos salivamos el presagio:
es
momento.
Preparamos nuestras telas y algunos nutrientes para cruzar al otro lado de Paqari, una zona mucho más oscura que la anterior, pero menos fresca. Cierto calor acariciaba nuestras pieles resecas dibujando humedad hasta rezumar, en cuanto a las arrugas, estas se habían diluido por completo.
Allí estaba Yacu, seria y conmovida por vernos, pronunciando con certeza alguna especie de memoria:
Parirse nunca fue sencillo, ustedes como nosotras surgimos de la implosión de otras. Ya antes habíamos sido advertidas. Quisimos sentir lo que se necesitaba nacer y aquí estamos con la decisión de gestarnos juntas.
Después, tomó nuestras caderas y alrededor de ellas paso humos y cristales. Disfrutamos sentir su calma, y algunas susurramos confesiones:
aún no sé cuál es mi nombre
no recuerdo mucho de mí misma
no quiero dejarme
Ellas nos hablaron del miedo, porque sí, todas lo sentimos y fuimos criadas para tenerlo, pero nunca hará daño mientras no te contenga, nos dijeron, porque aquí el miedo ha cambiado.
Volver
En Paqari, las nocturnas son inevitablemente largas, incluso somos conscientes de las varias eternidades que habitan en otras esferas. Nos desplazamos a lomo de luna como cuando se recuperaba Tuxame entre sus antiguos habitantes. Aún así, las líneas del tiempo segmentadas como veintenas resultaban ser muy cortas, apenas usadas para dormitar y absorber nutrientes; los ciclos eran lentos, para nosotras los años se contaban según el inicio de cada Arribada y de la duración de la oscuridad, nunca eran los mismos, su equilibrio daba precisión para determinar nuestro momento de partida e hibernación.
Cuando Sumailla me nombró, sentí todo temblar. Para ese momento, mi piel ya era sobre todo oscura y fácilmente podía camuflarse con la nocturna. Mi textura era lisa, brillosa, muy elástica, resistente a las tormentas y se alimentaba de una mayor cantidad de cocciones. Me sentía ágil, amplia, calurosa. Cada día había mayor necesidad de desvanecerme en el tiempo.
Y entonces, sucedió.
Todo lo que habíamos puesto en común durante nuestra vida en Paqari había sido la preparación para un nuevo viaje, para la prolongación de nuestra vida en esta esfera-lunar.
La única manera posible para salir, hasta ese momento, era a través de las enormes burbujas de gas sopladas por nuestra propia galaxia a una velocidad inimaginable, entre densas y tupidas nubes de polvo y gas, que como eran extremadamente calientes, provocaban nuevamente el proceso de hiperhidrogenación. La nocturna más larga estaba por avecinarse, lo que posibilitaba extendernos por debajo del Plano galáctico en dirección a nuestra antigua esfera, o al menos los destellos de ella. Este era un retorno que temíamos podría no suceder. Nuestra confianza estaba puesta en los acontecimientos del pasado, que ahora eran nuestro futuro.
La necesidad de nuestro primer viaje era acercarnos lo más posible al borde nocturno e interceptar el tiempo en que el antiguo sistema solar realizaba por última vez su órbita natural alrededor del centro de la Vía Láctea, necesitábamos regresar al mismo momento en que solo las mujeres habíamos permanecido.
Cuando imaginamos esta traslación advertimos lo difícil que sería para muchas, el temor de volver, de no llegar siquiera, el temor de no confiar en nosotras, pero el precedente estaba puesto. Todos los saberes astronómicos que conformaron la variación de nuestras cuerpas en formas luminares nos habían arraigado de conocimientos.
Era tan solo hace unos siglos cuando las mujeres sobrevivíamos en la Tierra, cuando el final de nuestros territorios era inminente. Sabíamos que un día el sol llegaría al final de su vida como estrella, pero no que aquella enana blanca nos abarcaría más pronto de lo que imaginábamos. Los hombres por supuesto se fueron antes, anticiparon su posible final y se marcharon con nuestras células madre; ninguna mujer fue llevada con ellos, no querían que nuestra memoria fuera entregada a las próximas. Ahora mismo no sabemos de su paradero, suponemos quizá en algún otro planeta o adentrándose a otra supernova, pero donde sea, es posible que propaguen la extinción.
La absorción de toda el agua y nuestra deshidratación nos llevó a honrar nuestra vida. Decidimos pasar nuestros últimos días juntas; no era el paraíso, era una despedida, era un lugar libre y de pronto un lugar de derrota. Tan solo esperábamos que nuestra relación con el dolor al ser disueltas no fuera tortuosa, aferradas a sobrevivir, a preservar nuestra memoria.
Las distancias de la luz son inminentes, en esa jornada todas hicimos campos de despedida donde colocamos altares espejo, ofrendas, ceremonias, hasta que poco a poco las noches se fueron haciendo más cortas y la presencia de los rayos solares más cercana. No sabíamos que en nuestra última noche, antes de que la tierra se disolviera, seríamos visitadas por las cuerpas solares.
Verternos
Algo se deshoja, lo huelo, abro los párpados pero la evidencia se deshace. He vuelto a suceder. Estoy aquí, en tiempo presente. Uso esta mano y con el lado opuesto de la uña —uña— me reconozco en mi anterior piel —piel—. Mi tacto detecta la caricia propia, soy cría difusa, espectro solar; aunque el resto de mí no tiene lugar propio, sigo perteneciendo a la tierra en que nací por vez primera. Esta noche termina el penúltimo mes del año.
Cuando Las Ellas me cuidaron advirtieron que el tiempo sería desconsolador, que mucho de lo que había sido se desvanecería, pero que no perdiera el rumbo, el rumbo de buscarnos. Han transcurrido demasiados años terrestres, a estas alturas no recordar es intencional, claro, puede ser peligroso, pero yo tengo mis propias formas para no olvidar. Mientras la luna reaparece, me deslizo en el camino con temor a ser descubierta, no sé si me siento cómoda con mi forma actual, para ellas podría resultar un sueño que dormita o una pesadilla que se vierte.
Me camina constante, dura el momento en que estuve ahí y después salta: mi miedo, mi emoción, mi nostalgia. Paso sin pisar las flores vivas, tengo piedad de la basura que no se mira. Leo un letrero que ya nadie usa, descubro la dirección en que la tierra gira. Busco, las busco en los caminos comunes, a donde yo antes crecía. Recuerdo, recuerdo mi vida, mi niñez, mi juventud, mi adultez y mi vejez, como si el tiempo hubiera vuelto a repetirse una y otra, y otra vez.
Me sé adentro del mundo y al mismo tiempo fuera, en lugares que juraba no podría volver a ver: ríos juntados por plantas, tierras sembradas, cielos deslizantes, volcanes activos. Me cuelo por las calles que han sido caladas en sangre, y aun así soy parte de ellas. Después, la media noche llega y el día que no terminará está pronto a aproximarse, no puedo creerlo, no puedo concebir que una estrella tan inmensa sea capaz de esto. Corroboro que aún no me desintegro y siento cómo todo fue real, porque es real. Una cucaracha que vuelve a su hogar, una golondrina que llega a su nido y su cría que aprende a volar, huellas de lagartijas que huyen a un lugar mejor. Es real.
Miro a mi alrededor, somos pocas las arrivantes, nos miramos cómplices porque sabemos lo que significa, lo que haremos. Nos dirigimos hacia las faldas de las montañas y los volcanes, un oleaje de mujeres se aparece, somos tantas que la prolongación del presente invoca nuestro llanto. Mis lágrimas, mis antiguas lágrimas.
Me sé viva de otra forma, viva en las que me encontraron, viva en las que se fueron, viva en las que busqué. Crecer es saberse viva.
Brotan rezos del monte y una cálida esencia nos impregna. Me desprendo y vierto mi olor vegetal en los pies de las mujeres que se despiden. Sostengo las gotas color oscuridad, olor a fuego y las cubro con mi atmósfera estelar. La memoria de la noche vuelca nuestro recuerdo hasta detener el siguiente tiempo. Todo se detiene.
La primera capa de la tierra crepita, las mujeres se asustan pensando en que la avanzada del sol es el motivo, pero poco a poco escuchan y sienten, mientras iluminamos con espectros rojos y violetas los alrededores. En ese momento decantamos nuestro mensaje, haciendo una cuenca, como una cuna en la tierra:
Aquí no acaba,
no acabará,
no acabamos,
lo prometemos todas.
Somos las que habitamos esta tierra como ustedes y somos ustedes ahora en otra esfera, lugar seguro, lugar nuestro.
Siempre hemos vuelto, desde hace siglos en apariciones que muchas acogieron con sonidos y desplazamientos. Esa intuición fuimos nosotras, sugiriendo la prolongación de nuestra vida.
No es tarde, el saber negado ya no lo es. Existe un sueño y es nuestro y lo habitamos.
Aquí, nuestra vida cumplirá un ciclo, nuestra cuerpa morirá pero no desapareciendo. Volcaremos en materia solar y nos haremos parte del origen,
espacio, materia, energía, tiempo y vida.
Búsquennos, Encuéntrennos, Recíbannos.
Ellas lloran, cantan, se miran, se abrazan, se besan, se tocan, se pronuncian, suspiran, gritan, se recuestan o saltan, invocan, jadean, ellas lloran, sonríen, tiemblan, toman bocanadas, brillo estelar y de pronto lo entendemos, lo intencionamos y lo acordamos.
Un gajo de luz se parte,
un eco le sigue,
palpamos la tormenta
y sabemos
que la cercanía de la estrella solar
es preciosa en su vejez . . .
S o l a r
Hoy el sol nace por la nube, se ha hinchado roja y se despide. Traslúcida, irradia una huella palpitante debajo de mi párpado, no puedo evitar querer mantener abiertos mis ojos, pero solo siento más cercana su presencia, se engorda y por última vez vuelve a ser gestada a través de las montañas.
Nunca en mi vida creí poder ver a la estrella más cercana filtrándose entre cada pestaña. No es doloroso, no arde, hay un calor inminente que va ocupando todos los espacios que por un largo tiempo olvidaron ser cobijados. No quema, soy consciente de que seré absorbida y por eso dejo mi piel irradiar, ya me he quedado ciega y descubro cómo mis últimos sentidos sienten, y me hacen entrar en un profundo letargo. Uno de los rayos encuentra mi rostro y surca en la cueva de mi boca, siento mi lengua desprenderse. Tanta luz en mí misma. Hay bruma, fuega sale por la línea de mis labios, no es intensa, no me lastima, es chispa. Me arrullo sabiendo que es mi sobrevivencia. Siento a los pliegues de mi útero vibrar, un hueco que se funde en el calor, como si fuera a parir. Y yo, me torno una figura solar, una estrella, una premisa del origen de la materia y de mi todo se va revolviendo.
No sentí en qué momento fui evaporada y luego dispersa pero supe cómo todo a mi alrededor se volvía insular y la materia en la que me convertía se iba alejando cada vez más hacia la oscuridad. Y aunque sea el final de una Era, ésta se despedirá prolongadamente con un hermoso reflejo de luz cuyo brillo regirá la noche oscura millones de años más.
Memorias
Aquí nos siento, nos hemos encontrado nuevamente. Como todas las otras especies buscamos un refugio, ya lo sabes, alejadas de lo que alguna vez fue la Tierra en que sobreviviste. No tengo que decir cuán doloroso fue porque tu cuerpa lo ha comprobado, eso vendrá con nosotras por siempre. Me maravilla ser parte de este futuro, contemplando nuestro pasado. Estoy por irme y esta es mi herencia para perdurar. Hay tantas lágrimas vertidas sobre mis bordes, mi memoria se ha deshilado, no faltará mucho para que me vuelva diminuta y espere la siguiente Arribada. Llegará el momento en que nuevamente seremos muchas.
Tocas y me quedo un poco a oscuras, es lo que viene después del relámpago, lo negro que todo lo ahonda, la oscuridad más pura, eco de una cueva que resguarda criaturas secretas que parpadean y se enredan, que se quieren quedar juntas. Y como la lluvia durante la noche, este ruido en mi interior es muy claro, te está nombrando, te va impregnando poco a poco de mí, rastros que un día serán estrellas rodeadas de otras naciendo.
Nicte-Há Ziüg (Nacida en marzo, 1996). Mujer poeta, hacedora de palabras. Originaria silvestre del Huizachtepetl (Iztapalapa). Acompañante y mediadora comunitaria en la gestación de espacios con niñas y mujeres. Habitanta estacional de la Ciudad de las Flores (Xalapa), donde aprende a leer con voz propia. Guarecida por la lectura y la escritura gracias a su madre, Sara, y a procesos como la “Escuela Feminista Comunitaria de Creación literaria” (Ingrávida). Publicó “La era de la ciclicidad sangrante” (Énpoli, 2022); y “Resonar por los bordes” (Mujeres escribiendo desde las periferias, 2022).