I
Elizabeth tocó su vientre y sintió el cuerpo de Beatriz moverse en su interior. La imaginó como un Facehugger de Alien, con su forma de araña y alacrán que nacen de un huevo viscoso dando vueltas en sus propios jugos, para luego saltar sobre el rostro de su víctima y utilizarla de anfitrión.
El único antojo que tuvo durante su embarazo fue ver las películas de Alien. De joven, solo había mirado algunas escenas, pero nunca una película completa, porque cuando era niña, al ver que los tripulantes de las naves eran cazados por la “máquina perfecta para matar”, era abordada por un sentimiento de ser cazada, y cual presa, solo deseaba sobrevivir. Ahora era distinto, de ser un lugar de peligro, se convirtieron en su lugar seguro: miraba las películas día y noche, una tras otra, las seis de la saga original y la primera del spin-off Alien vs. Depredador.
Fue en la madrugada, con un vientre de dieciséis semanas de embarazo, cuando se despertó de pronto con el antojo de sentirse en los pasillos blancos de la nave. En un arranque, encendió su celular para comprar todo lo que encontró de la franquicia, sin embargo, sabía que ese antojo no solo era de ella, sino que también venía de sus entrañas, y un pensamiento la sorprendió:
—Cómo se me antoja un rostro —se dijo con naturalidad.
II
A diferencia de David, su esposo, no le gustaba utilizar Facebook, no había publicado nada sobre su embarazo; en cambio, él había llenado su muro con imágenes del ultrasonido y de su vientre, la gente lo felicitaba como si él hubiera cargado nueve kilos en su panza y se le hubieran hinchado los tobillos, como si a él se le estuviera deformando el cuerpo para volverse una persona extraña y al mismo tiempo sufrir el duelo por la muerte lenta de la mujer que fue. En las fotografías que subía su esposo, ella se veía más feliz, pero solo eran filtros, Elizabeth sentía que se trataba de otro embarazo.
III
Mientras Elizabeth realizaba los ejercicios Kegel para embarazadas primerizas y veía la primera escena de la película Prometeo, en la que el cuerpo musculoso de un ingeniero se deshace debido a su interacción con el patógeno de los xenomorfos, y las esporas caen a un río, el ruido del agua de la pantalla se fusionó por un instante con la sensación del agua que resbalaba por sus piernas hasta tocar el tapete de Yoga. Su fuente se rompió.
En el camino al hospital, su mente no podía dejar de pensar en que su pelvis se abriría de forma lenta y dolorosa. Tenía 35 años y su madre le había dicho que a esa edad duele aún más porque el cuerpo ya no espera reproducirse. Nunca sintió mayor terror que en ese momento. El dolor más fuerte que tendría en su vida estaba por suceder, se imaginaba el crujir de sus huesos, el ardor, la sangre; en cualquier momento tendría a su primer pasajero, a su propio Alien, pero su hocico no le quebraría el pecho para emerger victorioso como en cada película que miró, sino de su vagina.
La cara de Elizabeth estaba roja y en sus brazos sostenía a Beatriz, la miraba y se le asemejaba a un chestburster, la segunda fase de un Alien. Quería encontrar amor en ese rostro arrugado, en los pequeños dedos que buscaban su cara, pero todo le parecía frío y le provocaba una sensación de que algo estaba mal. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la enfermera, quien sostenía una tableta.
—Voy a comenzar con el registro de la bebé, ¿quién me dará los datos? —preguntó mientras le tomaba una foto a Beatriz, que sería su primera de perfil.
—Yo —respondió David.
La enfermera tomó las huellas del pie de la bebé para asociarla a su nueva cuenta. Elizabeth miraba con detenimiento cada paso, la mujer se percató y le sonrió.
—Es una niña muy bella. Ya solo le colocaré su pulsera.
Elizabeth vio cómo esa pulsera tan delgada se fusionaba con la carne de la bebé, la cual conectaría su pulso y el ritmo de su pequeño corazón con el algoritmo de Facebook. Luego miró su brazo y contempló la suya, que seguía intacta, y en la que nunca pensaba.
En un segundo, su celular emitió una notificación y David la leyó:
—Mira, Beatriz ya está registrada como nuestra hija en Facebook —dijo muy emocionado—. Va a ser una gran influencer.
Alcanzó a ver las notificaciones de sus parientes, todos los felicitaban por la recién nacida, y comenzaban a agregarla como familiar.
—¿Quieres cargarla? —dijo Elizabeth para cambiar el tema.
—Sí, quiero tomarme una foto con ella antes de que se la lleven.
—¿A dónde se la van a llevar? —preguntó casi aliviada.
—Solo a la sala de recién nacidos, para que descanse —dijo la enfermera sin siquiera voltear a ver a la mamá.
Elizabeth cerró los ojos.
VI
En casa todo era como lo imaginó, mientras Alien, el octavo pasajero sonaba en volumen bajo de fondo, Beatriz no paraba de llorar.
La cuenta de Facebook de la bebé estaba conectada con la suya, así sería hasta que cumpliera 18 años. Ya había alcanzado más de quince mil seguidores, pues su padre era un creador de contenido muy famoso; quince mil personas que podían ver la foto diaria de su bebé, y que, si se equivocaba en algo, también la mirarían a ella.
—¿Qué hago contigo? No tienes hambre, no tienes sueño, te acabo de cambiar el pañal. ¿Quieres más leche? Toma —acercó la boca de la bebé a su pezón, pero siguió llorando. —¿Qué quieres? ¿Qué quieres? —repitió varias veces mientras agitaba el delicado cuerpo de tres kilos.
Desde que Beatriz llegó a casa, David salía tarde de la oficina, algunas noches no llegaba y ponía de excusa el trabajo, pero Elizabeth sabía que era por los llantos. Ella también quería dejarla e irse, subirse a una nave y expulsarse, quedarse en una cápsula flotando en el universo por 57 años, así como Ripley, pero aquella noche lo deseaba más que nunca. Colocó a la bebé en el sillón y se escondió tras la pared de la sala, se dejó caer al piso. No supo por qué, pero sentía la necesidad de esconderse de ella.
—¡¿Por qué no te callas?! —gritó.
Elizabeth lloraba con desesperación, se sentía perdida y no sabía qué hacer. Pasaron varios minutos, casi se quedaba dormida cuando se dio cuenta que solo se escuchaba la voz de Ripley llamando a Jonsey en la pantalla; la banda sonora acrecentaba la adrenalina y la tensión en la película. En ese momento, se sumó una llovizna tropical afuera de su casa, las gotas golpeaban el techo creando un sonido gris que la encerró en su hogar. De pronto fue sorprendida por un relámpago y, en un acto de suma coincidencia, la luz se apagó.
Ella, aun en el piso y rodeada en un silencio total, escuchó que recibió una notificación a través de su celular y su pantalla se iluminó. Se arrastró hacía él, y si hasta ese momento no había tenido miedo, esto la hizo temblar.
Beatriz dice: Sé que tienes miedo. Sé que me odias. Sé que no me querías adentro y por eso me sacaste.
Elizabeth fue a revisar a la bebé, no estaba en el sillón. Un recién nacido no puede gatear. Debía haber alguien más en la casa. Miró por la ventana, los vecinos sí tenían luz. Pensó en que si tuviera que gritar, la lluvia ahogaría su voz.
Elizabeth podría entrar al perfil de su hija y así lo hizo, buscó el historial de la ubicación de sesiones, solo había una, era ella y apuntaba a la casa. Recordó Alien: Resurrección, cuando fusionan el ADN de Ripley con el de un xenomorfo, cuyo resultado es un bebé mitad humano y mitad bestia. Hay un momento donde ella tiene que matarlo y lo arroja hacía un agujero que absorbía todo hacía el espacio, poco a poco, la carne del monstruo hijo se va despellejando mientras este mira a su madre genética con ternura.
“Tengo que irme de aquí, que se joda David y su xenomorfo”, declaró. Después, tomó una mochila y metió un cambio de ropa, sus papeles importantes, el marco con la fotografía de ella junto a David que tenía en su mesa de noche. Siempre había amado esa foto porque fue el día en que supo que quería pasar el resto de su vida con él, pero también el día en que David le confesó que quería tener una familia. En la puerta del cuarto se detuvo un momento, sacó el marco y lo arrojó al suelo, luego lo pisó, le agradó el sonido del cristal al romperse, porque se dio cuenta de que por fin había tenido el valor para liberarse de aquello que no quería.
Corrió hacía la salida. Al bajar por las escaleras, algo la hizo tropezar, se sintió como la cola de un cocodrilo. A Elizabeth la esperaban trece escalones, miró el último y tuvo tristeza de morir; en el acto, supo que su rostro terminaría estrellado en el filo de éste. Como pudo, giró su cuerpo, ya podía sentir el golpe en su cabeza, el crujir de su cráneo y fue exactamente así.
Apenas tenía conciencia, buscaba un milagro entre sus paredes blancas y sus cortinas de terciopelo, miraba la casa de sus vecinos de enfrente. Una mujer leía un libro, el esposo parecía ocupado en una reunión virtual, aquello le recordó sus días normales antes del embarazo. “¿Por qué no pudimos quedarnos ahí?”, se lamentó.
Su celular había caído a un lado de su cara, podía mirar la pantalla perfectamente. Le llegó otro mensaje:
Beatriz dice: Voy a regresar a ti, eres mi casa.
El celular inició a transmitir la escena. Apenas podía respirar, apenas podía estar consciente, sintió las garras y el peso de un gato entre sus piernas, pero no tenían mascota. Empezó a escuchar la maldita campana de las notificaciones, la cuenta de Beatriz subía de seguidores sin parar.Siempre imaginó que podría sobrevivir al ataque de un Alien, que ella sería tan fuerte como Ripley. En un violento jalón, sus piernas se abrieron, otra vez el dolor caliente de los huesos, hilos de tibia sangre bajando lento por su entrepierna; otra vez el crujido, el ardor en todo el cuerpo que reventaba en sus mejillas, pero no pudo gritar porque empezó a ahogarse con la sangre que brotaba de su garganta. En su último segundo de vida, sintió que Beatriz dormía plácidamente en su vientre, una siesta no de nueve meses, sino por la eternidad.
Fin de la transmisión.
Jazmin Lozada. Licenciada en Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la Universidad Autónoma de Baja California. Disfruta de escribir cuento. En 2017, publicó “Encontrar una arruga” en la Revista Timonel (Forca); en 2020, “Cereal Killer” en la revista Tierra Adentro; en 2018, su cuento “El festín de las hormigas” participó en la Antología de cuentos pulposos (Lapicero Rojo); en 2021, en la antología Tinta Violeta (Aquelarre de Tinta), con el cuento “El diablo le dijo que estábamos solas”, y en el mismo año coordinó la antología De calcetines, vampiros, sonidos y seres mágicos, publicada por Lapicero Rojo. Actualmente es administradora de Lapicero Rojo, donde también colabora en el diseño de las publicaciones.